Exposición “El sur de Marruecos” (2011)

El silencio del desierto se rompe con la presencia de sus habitantes y nos descubre un mundo de vida que creíamos imposible en un entorno hostil para los intrusos que tienen la osadía de invadirlo.

Pero los moradores de las arenas nos muestran su cara amable y una hospitalidad que se hace ley en lo más profundo de su tradición.

Cuando se pretende mostrar una imagen fuera de los tópicos y el artista dirige su cámara a los ojos de los personajes, recoge la mirada infinita de horizontes interminables que les acompañan en su caminar cotidiano.

Convivir, que no pasar, les lleva al conocimiento más profundo de todos los que han tenido la suerte de conocer, de compartir su vida, hogar, alimentos y su cultura, terminando la jornada, en muchas ocasiones danzando, con el acompañamiento de un Anzad y la percusión de los Banadir, a la espera que de nuevo tras la puesta de sol con la arena del desierto aún caliente caiga la noche donde un cielo plagado de estrellas con un brillo ya olvidado para los ciudadanos de las grandes urbes, retome el silencio que nos lleve a un nuevo día y descubrir rincones de una desconocida tierra que llenará de asombro a los espectadores que los contemplen fijados en una fotografía y revivirá el recuerdo de los que han tenido su aventura en el Sáhara.

Podemos recordar las palabras de Laszlo Almasy, uno de los últimos exploradores “románticos”, al que los beduinos denominaron “el padre de las arenas”

“Amo el desierto. Amo la infinita extensión de los temblorosos espejismos, el viento, los picos escarpados, las cadenas de dunas como rígidas olas de mar. Y amo la simple, la ruda vida de un campamento primitivo en el frio gélido, a la luz de las estrellas en la noche y en las calurosas tormentas de arena”

Juan M. de Toro


1
10
11
12
13
 
14
15
16
17
18
 
19
2
20
3
4
 
5
6
7
8
9